Caprimulgus europaeus
CHOTACABRAS

GRIS

Texto: J. Falagán

El chotacabras o engañapastores, como se le llama en muchos lugares de la provincia de León, es un ave migradora que podemos observar en las cálidas noches de los meses estivales.

Su alimentación basada en insectos (polillas principalmente) que captura en vuelo, ha modelado su anatomía: ojos adaptados a la noche (por ello brillan rojos cuando les enfocamos con una luz), una gran boca (que le ha dado el apelativo de “bocazas” en la zona de la Bañeza), grandes vibrisas alrededor del pico con funciones táctiles, plumaje sedoso para no hacer ruido, alas y cola largas que le permiten una maravillosa maniobrabilidad en vuelo.

Un vuelo, por cierto, “flotante”, irregular, adaptado a los accidentes del terreno o a la vegetación circundante pero veloz cuando se abalanza sobre sus presas. Se cierne cuando necesita fijar su vista y llega en ocasiones a detenerse cernido sobre masas de agua para beber.

Es posible distinguir el sexo de los chotacabras grises mientras vuelan dado que el macho ostenta unos llamativos lunares blanco níveo en el extremo de sus alas y cola, de los que carece la hembra.

Durante el día, reposa directamente sobre el suelo camuflado con un plumaje críptico y disruptor que le hace prácticamente invisible, los tonos pardos, las manchas y líneas hacen de él una auténtica masa de hojarasca.

Cuando es sorprendido durante el día en su cama, molesto por algún intruso, desplegará una serie de curiosas maniobras, que, cuando menos, dejarán perplejo a quien le moleste. La masa de hojas que se levanta de nuestros pies comienza a tomar forma, un sonido gutural atraviesa el aire, y cernido, ante nuestras bruces veremos cómo toma la forma de un ave estilizada que de un rápido giro se aleja para posarse a unos cuantos metros de distancia.

Aún asombrados por lo ocurrido, no podremos sino dirigirnos hacia donde vimos desaparecer aquella figura. Pondremos todos los sentidos para encontrarla, y de pronto se repetirá la misma situación de sobresalto. Salvo que se detenga en un camino, u otro lugar algo despejado, no seremos capaces de descubrirle posado en el suelo.

Por estas maniobras de distracción es por las que ha recibido su nombre de chotacabras o engañapastores pues no pocas cabras (curiosas ellas) y no pocos pastores (curiosos y ociosos ellos) han sufrido en su pellejo la burla de esta peculiar ave.

Para instalar sus territorios prefiere los encinares en el sur de la provincia, mientras que en la zona norte escogerá los amplios robledales de melojos así como las riberas de los ríos. En general, buscará terrenos con árboles dispersos o las zonas de ecotono de las masas forestales. Se distribuye por toda la provincia de León.

Cuanto más indaguemos sobre su biología más nos sorprenderá, su canto monótono comienza a oírse en la primavera avanzada, cuando los calores del día se funden con las noches. Un sonido retumba, parecido a un ronroneo que no lo imaginamos salido de un ave, sino más bien de una garganta de anfibio, o habrá quien piense en un motor lejano. Este sonido lo realiza mientras se encuentra posado, si bien en vuelo tiene otro tipo de reclamo, parecido a un “chuíí” penetrante, acompañado con golpes de alas que suenan como palmadas.

Sus nidos instalados en el suelo, son una simple depresión del terreno. Los huevos generalmente en número de dos, tienen una característica muy peculiar como el aura que acompaña al engañapastores. Son muy cónicos y ello permite a los adultos ir empujándolos con el pico y cambiar el emplazamiento del nido para no ser descubiertos por los depredadores.

Cuando los polluelos nacen, con los ojillos ya abiertos y serán ellos mismos los que cambien de emplazamiento con este fin. Por las noches, los adultos localizan a su prole siguiendo los piídos lastimeros que emiten cuando tienen hambre. Los desplazamientos por el suelo que realizan son de corto alcance por la morfología de sus pequeños pies, tarsos cortos y dedos pequeños que impiden a estas aves caminar con fluidez. Por ello, apenas los pollos tienen dos tercios de las plumas de las alas, ya son capaces de volar unos cuantos metros, suficientes para alejarse de posibles depredadores.

Es en esta época juvenil, cuando más peligro tienen los chotacabras de morir, confían tanto en su camuflaje que muchos mueren atropellados en las carreteras. Sus ojos adaptados a la noche son deslumbrados por los faros de los coches, confiarán por tanto en su plumaje, pero en muchas ocasiones las ruedas de los coches no perdonan a esta singular ave.

Los supervivientes abandonarán nuestras tierras a finales de verano para dirigirse a tierras más cálidas en África donde encuentran el calor y los insectos que necesitan.

 

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